Vida Eterna

Leyendo Jesús de Nazaret, de Benedicto XVI, me llamó la atención la manera en que señala que la Resurrección de Jesús no es simplemente una «vuelta a la vida» como la de Lázaro, o el hijo de la mujer sunamita que resucita Eliseo, que posteriormente volvieron a morir.

Se trata de un paso a la vida eterna que incluye una dimensión corporal, aunque gloriosa. En la cuestión 45 de la Suma Teológica, S. Tomás recuerda que el cuerpo que tendremos tras la resurrección tiene cuatro dotes gloriosas (que a veces son concedidas puntualmente a los santos y sobre todo a Cristo): impasibilidad, agilidad, sutileza y claridad. La primera hace referencia a no sufrir daño alguno, la segunda a la posibilidad de trasladarse espacialmente de forma inmediata (e incluso bilocarse) y la tercera a poder hacerse presente allí donde es imposible (como Jesucristo en el seno de la Virgen María); la cuarta es la que más afecta a la apariencia de la persona y es una luz brillante como la de la Transfiguración.

Me parece atractiva la idea de catalogar y establecer relaciones entre estos y otros fenómenos sobrenaturales que estén presentes en la tradición de otras religiones o en la Parapsicología, incluso con los poderes que se atribuyen a los superhéroes y otros personajes de ficción.